miguelde.unamuno

Biografía

Poesía

A mi buitre


Este buitre voraz de ceño torvo 
que me devora las entrañas fiero 
y es mi único constante compañero 
labra mis penas con su pico corvo. 

El día en que le toque el postrer sorbo 
apurar de mi negra sangre, quiero 
que me dejéis con él solo y señero 
un momento, sin nadie como estorbo. 

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía 
mientras él mi último despojo traga, 
sorprender en sus ojos la sombría 

mirada al ver la suerte que le amaga 
sin esta presa en que satisfacía 
el hambre atroz que nunca se le apaga.


De vuelta a casa


          Al salir de Bilbao, lloviendo, el 20-IX-10

Desde mi cielo a despedirme llegas 
fino orvallo que lentamente bañas 
los robledos que visten las montañas 
de mi tierra, y los maíces de sus vegas. 

Compadeciendo mi secura, riegas 
montes y valles, los de mis entrañas, 
y con tu bruma el horizonte empañas 
de mi sino, y así en la fe me anegas. 

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos 
verdes, jugosos, a Castilla enjuta, 
donde fieles me aguardan los abrazos 

de costumbre, que el hombre no disfruta 
de libertad si no es preso en los lazos 
de amor, compañero de la ruta.


Castilla


Tú me levantas, tierra de Castilla, 
en la rugosa palma de tu mano, 
al cielo que te enciende y te refresca, 
     al cielo, tu amo, 

Tierra nervuda, enjuta, despejada, 
madre de corazones y de brazos, 
toma el presente en ti viejos colores 
     del noble antaño. 

Con la pradera cóncava del cielo 
lindan en torno tus desnudos campos, 
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro 
     y en ti santuario. 

Es todo cima tu extensión redonda 
y en ti me siento al cielo levantado, 
aire de cumbre es el que se respira 
     aquí, en tus páramos. 

¡Ara gigante, tierra castellana, 
a ese tu aire soltaré mis cantos, 
si te son dignos bajarán al mundo 
     desde lo alto!


El cuerpo canta


El cuerpo canta; 
la sangre aúlla; 
la tierra charla; 
la mar murmura; 
el cielo calla 
y el hombre escucha.


En un cementerio de lugar castellano


     Corral de muertos, entre pobres tapias, 
          hechas también de barro, 
pobre corral donde la hoz no siega, 
sólo una cruz, en el desierto campo 
          señala tu destino. 
Junto a esas tapias buscan el amparo 
del hostigo del cierzo las ovejas 
al pasar trashumantes en rebaño, 
y en ellas rompen de la vana historia, 
como las olas, los rumores vanos. 
          Como un islote en junio, 
          te ciñe el mar dorado 
de las espigas que a la brisa ondean, 
y canta sobre ti la alondra el canto 
          de la cosecha. 
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo 
baja también sobre la santa hierba 
          donde la hoz no corta, 
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!, 
y sienten en sus huesos el reclamo 
          del riego de la vida. 
Salvan tus cercas de mampuesto y barro 
          las aladas semillas, 
o te las llevan con piedad los pájaros, 
y crecen escondidas amapolas, 
clavelinas, magarzas, brezos, cardos, 
entre arrumbadas cruces, 
no más que de las aves libres pasto. 
Cavan tan sólo en tu maleza brava, 
          corral sagrado, 
para de un alma que sufrió en el mundo 
          sembrar el grano; 
          luego sobre esa siembra 
          ¡barbecho largo! 
Cerca de ti el camino de los vivos, 
no como tú, con tapias, no cercado, 
          por donde van y vienen, 
          ya riendo o llorando, 
¡rompiendo con sus risas o sus lloros 
el silencio inmortal de tu cercado! 
Después que lento el sol tomó ya tierra, 
y sube al cielo el páramo 
a la hora del recuerdo, 
al toque de oraciones y descanso, 
          la tosca cruz de piedra 
          de tus tapias de barro 
queda, como un guardián que nunca duerme, 
de la campiña el sueño vigilando. 
          No hay cruz sobre la iglesia de los vivos, 
en torno de la cual duerme el poblado; 
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño 
de los muertos al cielo acorralados. 
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo, 
          el Pastor Soberano, 
con infinitos ojos centelleantes, 
recuenta las ovejas del rebaño! 
¡Pobre corral de muertos entre tapias 
          hechas del mismo barro, 
sólo una cruz distingue tu destino 
en la desierta soledad del campo!


Junto a la laguna del Cristo en la aldehuela de Yeltes,

una noche de luna llena


Noche blanca en que el agua cristalina 
duerme queda en su lecho de laguna 
sobre la cual redonda llena luna 
que ejército de estrellas encamina 

vela, y se espeja una redonda encina 
en el espejo sin rizada alguna; 
noche blanca en que el agua hace de cuna 
de la más alta y más honda doctrina. 

Es un rasgón del cielo que abrazado 
tiene en sus brazos la Naturaleza; 
es un rasgón del cielo que ha posado 

y en el silencio de la noche reza 
la oración del amante resignado 
sólo al amor, que es su única riqueza.


La luna y la rosa


          A Jules Supervielle, después de haber gustado Gravitations. 

          Mira que es hoy en flor la rosa llena; 
          cuando en otoño de su fruto rojo 
          será la rosa nueva...

En el silencio estrellado 
la Luna daba a la rosa 
y el aroma de la noche 
le henchía —sedienta boca— 
el paladar del espíritu, 
que adurmiendo su congoja 
se abría al cielo nocturno 
de Dios y su Madre toda... 
Toda cabellos tranquilos, 
la Luna, tranquila y sola, 
acariciaba a la Tierra 
con sus cabellos de rosa 
silvestre, blanca, escondida... 
La Tierra, desde sus rocas, 
exhalaba sus entrañas 
fundidas de amor, su aroma... 
Entre las zarzas, su nido, 
era otra luna la rosa, 
toda cabellos cuajados 
en la cuna, su corola; 
las cabelleras mejidas 
de la Luna y de la rosa 
y en el crisol de la noche 
fundidas en una sola... 
En el silencio estrellado 
la Luna daba a la rosa 
mientras la rosa se daba 
a la Luna, quieta y sola.


La oración del ateo


Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, 
y en tu nada recoge estas mis quejas, 
Tú que a los pobres hombres nunca dejas 
sin consuelo de engaño. No resistes 

a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes. 
Cuando Tú de mi mente más te alejas, 
más recuerdo las plácidas consejas 
con que mi ama endulzóme noches tristes. 

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande 
que no eres sino Idea; es muy angosta 
la realidad por mucho que se expande 

para abarcarte. Sufro yo a tu costa, 
Dios no existente, pues si Tú existieras 
existiría yo también de veras.


Orhoit gutaz


          En la pequeña iglesia de Biriatu, a orillas del Bidasoa, hay un mármol 
          funerario con la lista de los once hijos de Biriatu que murieron por 
          Francia en la gran guerra. En la cabecera dice: "A sus hijos que han 
          muerto en la guerra, el pueblo de Biriatu". Luego, la lista de los muertos. 
         
Y debajo: Orhoit Gutaz, esto es, "Acordaos de nosotros"

Pasasteis como pasan por el roble 
las hojas que arrebata en primavera 
pedrisco intempestivo; 
pasasteis, hijos de mi raza noble, 
vestida el alma de infantil eusquera, 
pasasteis al archivo 
de mármol funeral de una iglesiuca 
que en el regazo recogido y verde 
del Pirineo vasco 
al tibio sol del monte se acurruca. 
Abajo, el Bidasoa va y se pierde 
en la mar; un peñasco 
recoge de sus olas el gemido, 
que pasan, tal las hojas rumorosas, 
tal vosotros, oscuros 
hijos sumisos del hogar henchido 
de silenciosa tradición. Las fosas 
que a vuestros huesos, puros, 
blancos, les dan de última cuna lecho, 
fosas que abrió el cañón en sorda guerra, 
no escucharán el canto 
de la materna lluvia que el helecho 
deja caer en vuestra patria tierra 
como celeste llanto... 
No escucharán la esquila de la vaca 
que en la ladera, al pie del caserío, 
dobla su cuello al suelo, 
ni a lo lejos la voz de la resaca 
de la mar que amamanta a vuestro río 
y es canto de consuelo. 
Fuisteis como corderos, en los ojos 
guardando la sonrisa dolorida 
—lágrimas del ocaso—, 
de vuestras madres —el alma de hinojos—, 
¡y en la agonía de la paz la vida 
rendisteis al acaso!... 
¿Por qué? ¿Por qué? Jamás esta pregunta 
terrible torturó vuestra inocencia; 
nacisteis... nadie sabe 
por qué ni para qué... ara la yunta, 
y el campo que ara es toda su conciencia, 
y canta y vuela el ave... 
¡Orhoit Gutaz! Pedís nuestro recuerdo 
y una lección nos dais de mansedumbre; 
calle el porqué..., vivamos 
como habéis muerto, sin porqué, es lo cuerdo... 
los ríos a la mar..., es la costumbre 
y con ella pasamos...


Peñas de Neila, os recogió la vista


Peñas de Neila, os recogió la vista 
de Teresa en Becedas 
que, moza, suspiraba la conquista 
de Jesús; alisedas 
del Tormes, las que veis vivir el agua 
de la nieve evangélica de Gredos; 
agua que hoy breza el sueño 
último de Teresa, 
y que templó la fragua 
de su entraña, a que dedos 
del Señor encendieron en la empresa 
de ganar el azul; navas floridas 
donde alientan los lirios su confianza 
en el Padre que cubre con su manto 
las sernas doloridas 
del trabajo a que dobla la esperanza 
de un terminal reposo santo; 
encinas matriarcales 
que ceñís espadañas donde sueña, 
mientras la esquila duerme, la cigüeña 
al peso de las horas estivales. 
Encinas de verdor perenne y prieto 
que guardáis el secreto 
de madurez eterna de Castilla, 
podada maravilla 
de sosiego copudo; 
encinas silenciosas 
de corazón nervudo; 
qué recato en las tardes bochornosas 
al rumor de la fuente echar la siesta 
oyendo al agua lo que siempre dijo, 
el eterno acertijo 
que nos agua la fiesta: 
¿Será el dormir morir 
y un sueño de vacío el porvenir? 
Mas llega la modorra, 
encinas matriarcales, 
del seso nos ahorra 
el poso del veneno de los males. 
Buscad confianza, pero no evidencia. 
Sueño nos da la fe, muerte la ciencia.


Te recitaba Bécquer... Golondrinas


Te recitaba Bécquer... Golondrinas 
refrescaban tus sienes al volar; 
las mismas que, piadosas, hoy, Teresa, 
sobre tu tierra vuelan sin cesar. 
Las mismas que al Señor, de la corona 
espinas le quitaron al azar; 
las mismas que me arrancan las espinas 
del corazón, que se me va a parar. 
Golondrinas que vienen de tu campo 
trayéndome recuerdos al pasar 
y cuya sombra acarició la yerba 
bajo que has ido al fin a descansar.


Vuelve hacia atrás la vista, caminante


Vuelve hacia atrás la vista, caminante, 
verás lo que te queda de camino; 
desde el oriente de tu cuna el sino 
ilumina tu marcha hacia adelante. 

Es del pasado el porvenir semblante; 
como se irá la vida así se vino; 
cabe volver las riendas del destino 
como se vuelve del revés un guante. 

Lleva tu espalda reflejado el frente; 
sube la niebla por el río arriba 
y se resuelve encima de la fuente; 

la lanzadera en su vaivén se aviva; 
desnacerás un día de repente; 
nunca sabrás dónde el misterio estriba.


Prosa

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Última actualización: 12/04/2002 

(C) 2002. Daniel Azkona Coya, feliz escudero en un mundo de aspirantes a rey