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Biografía

Poesía

A Cristo en la cruz


¿Quién es aquel Caballero 
herido por tantas partes, 
que está de expirar tan cerca, 
y no le socorre nadie? 

«Jesús Nazareno» dice 
aquel rétulo notable. 
¡Ay Dios, que tan dulce nombre 
no promete muerte infame! 

Después del nombre y la patria, 
Rey dice más adelante, 
pues si es rey, ¿cuándo de espinas 
han usado coronarse? 

Dos cetros tiene en las manos, 
mas nunca he visto que claven 
a los reyes en los cetros 
los vasallos desleales. 

Unos dicen que si es Rey, 
de la cruz descienda y baje; 
y otros, que salvando a muchos, 
a sí no puede salvarse. 

De luto se cubre el cielo, 
y el sol de sangriento esmalte, 
o padece Dios, o el mundo 
se disuelve y se deshace. 

Al pie de la cruz, María 
está en dolor constante, 
mirando al Sol que se pone 
entre arreboles de sangre. 

Con ella su amado primo 
haciendo sus ojos mares, 
Cristo los pone en los dos, 
más tierno porque se parte. 

¡Oh lo que sienten los tres! 
Juan, como primo y amante, 
como madre la de Dios, 
y lo que Dios, Dios lo sabe. 

Alma, mirad cómo Cristo, 
para partirse a su Padre, 
viendo que a su Madre deja, 
le dice palabras tales: 

Mujer, ves ahí a tu hijo 
y a Juan: Ves ahí tu Madre. 
Juan queda en lugar de Cristo, 
¡ay Dios, qué favor tan grande! 

Viendo, pues, Jesús que todo 
ya comenzaba a acabarse, 
Sed tengo, dijo, que tiene 
sed de que el hombre se salve. 

Corrió un hombre y puso luego 
a sus labios celestiales 
en una caña una esponja 
llena de hiel y vinagre. 

¿En la boca de Jesús 
pones hiel?, hombre, ¿qué haces? 
Mira que por ese cielo 
de Dios las palabras salen. 

Advierte que en ella puso 
con sus pechos virginales 
una ave su blanca leche 
a cuya dulzura sabe. 

Alma, sus labios divinos, 
cuando vamos a rogarle, 
¿cómo con vinagre y hiel 
darán respuesta süave? 

Llegad a la Virgen bella, 
y decirle con el ángel: 
«Ave, quitad su amargura, 
pues que de gracia sois Ave». 

Sepa al vientre el fruto santo, 
y a la dulce palma el dátil; 
si tiene el alma a la puerta 
no tengan hiel los umbrales. 

Y si dais leche a Bernardo, 
porque de madre os alabe, 
mejor Jesús la merece, 
pues Madre de Dios os hace. 

Dulcísimo Cristo mío, 
aunque esos labios se bañen 
en hiel de mis graves culpas, 
Dios sois, como Dios habladme. 

Habladme, dulce Jesús, 
antes que la lengua os falte, 
no os desciendan de la cruz 
sin hablarme y perdonarme.


A Don Luis de Góngora


Claro cisne del Betis que, sonoro 
y grave, ennobleciste el instrumento 
más dulce, que ilustró músico acento, 
bañando en ámbar puro el arco de oro, 

a ti lira, a ti el castalio coro 
debe su honor, su fama y su ornamento, 
único al siglo y a la envidia exento, 
vencida, si no muda, en tu decoro. 

Los que por tu defensa escriben sumas, 
propias ostentaciones solicitan, 
dando a tu inmenso mar viles espumas. 

Los ícaros defienda, que te imitan, 
que como acercan a tu sol las plumas 
de tu divina luz se precipitan.


A la muerte de Cristo nuestro señor


La tarde se escurecía 
entre la una y las dos, 
que viendo que el Sol se muere, 
se vistió de luto el sol. 

Tinieblas cubren los aires, 
las piedras de dos en dos 
se rompen unas con otras, 
y el pecho del hombre no. 

Los ángeles de paz lloran 
con tan amargo dolor, 
que los cielos y la tierra 
conocen que muere Dios. 

Cuando está Cristo en la cruz 
diciendo al Padre, Señor, 
¿por qué me bas desamparado? 
¡ay Dios, qué tierna razón!, 

¿qué sentiría su Madre, 
cuando tal palabra oyó, 
viendo que su Hijo dice 
que Dios le desamparó? 

No lloréis Virgen piadosa, 
que aunque se va vuestro Amor, 
antes que pasen tres días 
volverá a verse con vos. 

¿Pero cómo las entrañas, 
que nueve meses vivió, 
verán que corta la muerte 
fruto de tal bendición? 

«¡Ay Hijo!, la Virgen dice, 
¿qué madre vio como yo 
tantas espadas sangrientas 
traspasar su corazón? 

¿Dónde está vuestra hermosura? 
¿quién los ojos eclipsó, 
donde se miraba el Cielo 
como de su mismo Autor? 

Partamos, dulce Jesús, 
el cáliz desta pasión, 
que Vos le bebéis de sangre, 
y yo de pena y dolor. 

¿De qué me sirvió guardaros 
de aquel Rey que os persiguió, 
si al fin os quitan la vida 
vuestros enemigos hoy?» 

Esto diciendo la Virgen 
Cristo el espíritu dio; 
alma, si no eres de piedra 
llora, pues la culpa soy.


A la noche


          137 

Noche fabricadora de embelecos, 
loca, imaginativa, quimerista, 
que muestras al que en ti su bien conquista, 
los montes llanos y los mares secos; 

habitadora de celebros huecos, 
mecánica, filósofa, alquimista, 
encubridora vil, lince sin vista, 
espantadiza de tus mismos ecos; 

la sombra, el miedo, el mal se te atribuya, 
solícita, poeta, enferma, fría, 
manos del bravo y pies del fugitivo. 

Que vele o duerma, media vida es tuya; 
si velo, te lo pago con el día, 
y si duermo, no siento lo que vivo.


A la nueva lengua


—Boscán, tarde llegamos —¿Hay posada? 
—Llamad desde la posta, Garcilaso. 
—¿Quién es? —Dos caballeros del Parnaso. 
—No hay donde nocturnar palestra armada. 

—No entiendo lo que dice la criada. 
Madona, ¿qué decís? —Que afecten paso, 
que obstenta limbos el mentido ocaso 
y el sol depinge la porción rosada. 

—¿Estás en ti, mujer? —Negóse al tino 
el ambulante huésped—. ¡Que en tan poco 
tiempo tal lengua entre cristianos haya! 

Boscán, perdido habemos el camino, 
preguntad por Castilla, que estoy loco, 
o no habemos salido de Vizcaya.


A la Santísima Madalena


          LXVIII 

Buscaba Madalena pecadora 
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos 
perdón, que más la fe que los cabellos 
ata sus pies, sus ojos enamora. 

De su muerte a su vida se mejora, 
efecto en Cristo de sus ojos bellos, 
sigue su luz, y al occidente dellos 
canta en los cielos y en peñascos llora. 

«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando 
que con amor a quien amó conquisto, 
si amabas, Madalena, vive amando». 

Discreta amante, que el peligro visto 
súbitamente trasladó llorando 
los amores del mundo a los [de] Cristo.


A la sepultura de Teodora de Urbina


          178 

Mi bien nacido de mis propios males, 
retrato celestial de mi Belisa, 
que en mudas voces y con dulce risa, 
mi destierro y consuelo hiciste iguales; 

Ciego, llorando, niña de mis ojos, 
segunda vez de mis entrañas sales, 
mas pues tu blanco pie los cielos pisa, 
¿por qué el de un hombre en tierra tan aprisa 

quebranta tus estrellas celestiales? 
sobre esta piedra cantaré, que es mina 
donde el que pasa al indio en propio suelo, 

hallé más presto el oro en tus despojos, 
las perlas, el coral, la plata fina; 
mas, ¡ay!, que es ángel y llevólo al cielo.


A Lupercio Leonardo


          66 

Pasé la mar cuando creyó mi engaño 
que en él mi antiguo fuego se templara, 
mudé mi natural, porque mudara 
naturaleza el uso, y curso el daño. 

En otro cielo, en otro reino extraño, 
mis trabajos se vieron en mi cara, 
hallando, aunque otra tanta edad pasara, 
incierto el bien, y cierto el desengaño. 

El mismo amor me abrasa y atormenta, 
y de razón y libertad me priva. 
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta? 

¿Qué no escriba decís, o que no viva? 
Haced vos con mi amor que yo no sienta, 
que yo haré con mi pluma que no escriba.


A una rosa


          XXXVII 

¡Con qué artificio tan divino sales 
de esa camisa de esmeralda fina, 
oh rosa celestial alejandrina, 
coronada de granos orientales! 

Ya en rubíes te enciendes, ya en corales, 
ya tu color a púrpura se inclina 
sentada en esa basa peregrina 
que forman cinco puntas desiguales. 

Bien haya tu divino autor, pues mueves 
a su contemplación el pensamiento, 
a aun a pensar en nuestros años breves. 

Así la verde edad se esparce al viento, 
y así las esperanzas son aleves 
que tienen en la tierra el fundamento...


Al contador Gaspar de Barrionuevo


          151 

Gaspar, si enfermo está mi bien, decidle 
que yo tengo de amor el alma enferma, 
y en esta soledad desierta y yerma, 
lo que sabéis que paso persuadilde. 

Y para que el rigor temple, advertilde 
que el médico también tal vez enferma, 
y que segura de mi ausencia duerma, 
que soy leal cuanto presente humilde. 

Y advertilde también, si el mal porfía, 
que trueque mi salud y su accidente, 
que la tengo el alma se la envía. 

Decilde que del trueco se contente, 
mas ¿para qué le ofrezco salud mía? 
Que no tiene salud quien está ausente.


Al pie de un roble escarchado


Al pie de un roble escarchado 
donde Belardo el amante 
desbarató un tosco nido 
que habían tejido las aves, 

de breves pasadas glorias, 
de presentes largos males, 
así se queja diciendo: 
quien tal hace, que tal pague. 

La bella Filis un día, 
al tiempo que el sol esparce 
sus rayos por todo el suelo, 
dorando montes y valles, 

sintiendo que el corazón 
se le divide en dos partes, 
así el [lo] mesmo decía: 
quien tal hace, que tal pague. 

Hice a los desdenes guerra, 
guerra desdenes me hacen; 
maté a Belardo con celos, 
celos es bien que me maten. 

No atendí siendo llamada, 
agora no me oye nadie; 
con justa causa padezco: 
quien tal hace, que tal pague. 

Desamé a Belardo un tiempo, 
y el amor para vengarse, 
quiere que le quiera agora, 
y que él me olvide y desame. 

Dejadme, pasiones frescas, 
frescas pasiones, dejadme 
vivir para que publique: 
quien tal hace, que tal pague. 

No le da pena el rigor 
del frío tiempo que hace, 
que el fuego de amor la ampara 
que dentro en su pecho nace. 

Dando de coraje voces, 
que revienta de coraje, 
dice por momentos Filis: 
quien tal hace, que tal pague. 

¿Do está, Belardo, la fe 
que prometiste guardarme? 
más yo la quebré primero, 
tú puedes de mí quejarte. 

Diste primero en quererme, 
yo primero en olvidarte, 
tú harta disculpa tienes: 
quien tal hace, que tal pague. 

Sacó del seno un papel 
y con mil ansias le abre, 
y antes de leerle todo 
le arruga, rompe y deshace 

diciendo: «Yo soy la causa, 
no tengo de quién quejarme, 
quien dio la causa revienta: 
quien tal hace, que tal pague».


Al ponerle en la cruz


En tanto que el hoyo cavan 
a donde la cruz asienten, 
en que el Cordero levanten 
figurado por la sierpe, 

aquella ropa inconsútil 
que de Nazareth ausente 
labró la hermosa María 
después de su parto alegre, 

de sus delicadas carnes 
quitan con manos aleves 
los camareros que tuvo 
Cristo al tiempo de su muerte. 

No bajan a desnudarle 
los espíritus celestes, 
sino soldados que luego 
sobre su ropa echan suertes. 

Quitáronle la corona, 
y abriéronse tantas fuentes, 
que todo el cuerpo divino 
cubre la sangre que vierten. 

Al despegarle la ropa 
las heridas reverdecen, 
pedazos de carne y sangre 
salieron entre los pliegues. 

Alma pegada en tus vicios, 
si no puedes, o no quieres 
despegarte tus costumbres, 
piensa en esta ropa, y puede. 

A la sangrienta cabeza 
la dura corona vuelven, 
que para mayor dolor 
le coronaron dos veces. 

Asió la soga un soldado, 
tirando a Cristo, de suerte 
que donde va por su gusto 
quiere que por fuerza llegue. 

Dio Cristo en la cruz de ojos, 
arrojado de la gente, 
que primero que la abrace, 
quieren también que la bese. 

¡Qué cama os está esperando, 
mi Jesús, bien de mis bienes, 
para que el cuerpo cansado 
siquiera a morir se acueste! 

¡Oh, qué almohada de rosas 
las espinas os prometen!; 
¡qué corredores dorados 
los duros clavos crueles! 

Dormid en ella, mi amor, 
para que el hombre despierte, 
aunque más dura se os haga 
que en Belén entre la nieve. 

Que en fin aquella tendría 
abrigo de las paredes, 
las tocas de vuestra Madre, 
y el heno de aquellos bueyes. 

¡Qué vergüenza le daría 
al Cordero santo el verse, 
siendo tan honesto y casto, 
desnudo entre tanta gente! 

¡Ay divina Madre suya!, 
si agora llegáis a verle 
en tan miserable estado, 
¿quién ha de haber que os consuele? 

Mirad, Reina de los cielos, 
si el mismo Señor es éste, 
cuyas carnes parecían 
de azucenas y claveles. 

Mas, ¡ay Madre de piedad!, 
que sobre la cruz le tienden, 
para tomar la medida 
por donde los clavos entren. 

¡Oh terrible desatino!, 
medir al inmenso quieren, 
pero bien cabrá en la cruz 
el que cupo en el pesebre. 

Ya Jesús está de espaldas, 
y tantas penas padece, 
que con ser la cruz tan dura, 
ya por descanso la tiene. 

Alma de pórfido y mármol, 
mientras en tus vicios duermes, 
dura cama tiene Cristo, 
no te despierte la muerte.


Al triunfo de Judit


          94 

Cuelga sangriento de la cama al suelo 
el hombro diestro del feroz tirano, 
que opuesto al muro de Betulia en vano, 
despidió contra sí rayos al cielo. 

Revuelto con el ansia el rojo velo 
del pabellón a la siniestra mano 
descubre el espectáculo inhumano 
del tronco horrible convertido en hielo. 

Vertido Baco, el fuerte arnés afea 
los vasos y la mesa derribada, 
duermen las guardas, que tan mal emplea; 

y sobre la muralla coronada 
del pueblo de Israel, la casta hebrea 
con la cabeza resplandece armada.


Amada pastora mía


«—Amada pastora mía, 
tus descuidos me maltratan, 
tus desdenes me fatigan, 
tus sinrazones me matan. 

A la noche me aborreces 
y quiéresme a la mañana; 
ya te ofendo a medio día, 
ya por la tarde me llamas; 

agora dices que quieres, 
y luego que te burlabas, 
ya ríes mis tibias obras, 
ya lloras por mis palabras. 

Cuando te dan pena celos 
estás más contenta y cantas; 
y cuando estoy más seguro 
parece que te desgracias. 

A mi amigo me maldices 
y a mi enemigo me alabas; 
si no te veo me buscas, 
y si te busco te enfadas. 

Partíme una vez de ti, 
lloraste mi ausencia larga, 
y agora que estoy contigo 
con la tuya me amenazas. 

Sin mar ni montes en medio, 
sin peligro ni sin guardas, 
mar, montes y guardas tienes 
con una palabra airada. 

Las paredes de tu choza 
me parecen de montaña, 
un mar el llegar a vellas 
y mil gracias tus desgracias. 

Como tienes en un punto 
el amor y la mudanza, 
pero bien le pintan niño, 
poca vista y muchas alas. 

Si Filis te ha dado celos, 
el tiempo te desengaña, 
que como ella quiere a uno 
pudo por otra dejalla. 

Si el aldea lo murmura, 
siempre la gente se engaña, 
y es mejor que tú me quieras 
aunque ella tenga la fama. 

Con esto me pones miedo 
y me celas y amenazas: 
si lloras, ¿cómo aborreces? 
y si burlas, ¿cómo amas?—». 

Esto Belardo decía 
hablando con una carta, 
sentado al pie de un olivo 
que el dorado Tajo baña.


Celso al peine de Clavelia


Por las ondas del mar de unos cabellos 
un barco de marfil pasaba un día 
que, humillando sus olas, deshacía 
los crespos lazos que formaban de ellos; 

iba el Amor en él cogiendo en ellos 
las hebras que del peine deshacía 
cuando el oro lustroso dividía, 
que éste era el barco de los rizos bellos. 

Hizo de ellos Amor escota al barco, 
grillos al albedrío, al alma esposas, 
oro de Tíbar y del sol reflejos; 

y puesta de un cabello cuerda al arco, 
así tiró las flechas amorosas 
que alcanzaban mejor cuanto más lejos.


De Andrómeda


          86 

Atada al mar Andrómeda lloraba, 
los nácares abriéndose al rocío, 
que en sus conchas cuajado en cristal frío, 
en cándidos aljófares trocaba. 

Besaba el pie, las peñas ablandaba 
humilde el mar, como pequeño río, 
volviendo el sol la primavera estío, 
parado en su cénit la contemplaba. 

Los cabellos al viento bullicioso, 
que la cubra con ellos le rogaban, 
ya que testigo fue de iguales dichas, 

y celosas de ver su cuerpo hermoso, 
las nereidas su fin solicitaban, 
que aún hay quien tenga envidia en las desdichas.


De Europa y Júpiter


          87 

Pasando el mar el engañoso toro, 
volviendo la cerviz, el pie besaba 
de la llorosa ninfa, que miraba 
perdido de las ropas el decoro. 

Entre las aguas y las hebras de oro, 
ondas el fresco viento levantaba, 
a quien con los suspiros ayudaba 
del mal guardado virginal tesoro. 

Cayéronsele a Europa de las faldas 
las rosas al decirle el toro amores, 
y ella con el dolor de sus guirnaldas, 

dicen que lleno el rostro de colores, 
en perlas convirtió sus esmeraldas, 
y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».


Villancico


Cuando la virgen bendita 
lo parió, 
todo el mundo lo sintió. 

Los coros angelicales 
todos cantan nueva gloria; 
los tres reyes, la vitoria 
de las almas humanales. 

En las tierras principales 
se sonó 
cuando nuestro Dios nasció.


De Jasón


          84 

Encaneció las ondas con espuma 
Argos, primera nave, y sin temellas 
osó tocar la gavia las estrellas, 
y hasta el cerco del sol volar sin pluma. 

Y aunque Anfitrite airada se consuma, 
dividen el cristal sus ninfas bellas, 
y hasta Colcos Jasón pasa por ellas, 
por más que el viento resistir presuma. 

Más era el agua que el dragón y el toro, 
mas no le estorba que su campo arase 
la fuerte proa entre una y otra sierra. 

Rompióse al fin por dos manzanas de oro, 
para que el mar cruel no se alabase, 
que por lo mismo se perdió la tierra.


Dios, centro del alma


Si fuera de mi amor verdad el fuego, 
él caminara a tu divina esfera; 
pero es cometa que corrió ligera 
con resplandor que se deshizo luego. 

¡Qué deseoso de tus brazos llego 
cuando el temor mis culpas considera! 
mas si mi amor en ti no persevera, 
¿en qué centro mortal tendrá sosiego? 

Voy a buscarte, y cuanto más te encuentro, 
menos reparo en ti, Cordero manso, 
aunque me buscas tú del alma adentro. 

Pero dime, Señor: si hallar descanso 
no puede el alma fuera de su centro, 
y estoy fuera de ti, ¿cómo descanso?


Fuerza de lágrimas


Con ánimo de hablarle en confianza 
de su piedad entré en el templo un día, 
donde Cristo en la cruz resplandecía 
con el perdón de quien le mira alcanza. 

Y aunque la fe, el amor y la esperanza 
a la lengua pusieron osadía, 
acordéme que fue por culpa mía 
y quisiera de mí tomar venganza. 

Ya me volvía sin decirle nada 
y como vi la llaga del costado, 
paróse el alma en lágrimas bañada. 

Hablé, lloré y entré por aquel lado, 
porque no tiene Dios puerta cerrada 
al corazón contrito y humillado.


Guzmán el bravo


Vengada la hermosa Filis 
de los agravios de Fabio 
a verle viene al aldea 
enfermo de desengaños. 

A ruego de los pastores 
baja de su monte al prado, 
que como se ve querida 
da a entender que la forzaron. 

Eso mismo que desea, 
quiere que la estén rogando, 
que sube al gusto los precios 
amor conforme a los años. 

Huyóse Fabio celoso, 
pensó Fabio hallar sagrado, 
pero hay estados de amor 
que está en el remedio el daño. 

¡Desdichado del que llega 
a tiempo tan desdichado 
que le matan los remedios 
con que muchos quedan sanos! 

En fin, a Fabio rendido 
viene a ver su dueño ingrato, 
alegre porque es amor 
en las venganzas villano. 

No va sin galas a verle, 
aunque pudiera escusarlo, 
que la mayor hermosura 
no deja en casa el cuidado. 

Lleva de palmilla verde 
saya y sayuelo bizarro, 
con pasamanos de plata 
si en ellos pone las manos. 

No lleva cosa en el cuello 
que Fabio le hubiese dado, 
porque no entienda que viven 
memorias de sus regalos. 

Joyas lleva que él no ha visto, 
no porque le ha hecho agravio, 
mas porque sepan ausencias 
que no está seguro el campo. 

Con una cinta de cifras 
lleva el cabello apretado, 
que quien gusta de dar celos 
se vale de mil engaños. 

De rebociño le sirve 
para mayor desenfado 
el capote de los ojos 
bordado de negros rayos. 

En argentadas chinelas 
listones lleva, admirados 
de que quepan tantos bríos 
en tan pequeños espacios. 

Llegó Filis al aldea, 
entró en su casa de Fabio, 
los pastores la reciben 
como al sol los montes altos. 

Dando perlas con la risa 
extiende a todos los brazos, 
que gana mares de amor 
y da perlas de barato. 

Apenas Fabio la mira 
cuando a un tiempo se bañaron 
el alma en pura alegría, 
los ojos en tierno llanto. 

No hablaron los dos tan presto, 
aunque los ojos hablaron, 
Filis porque no quería, 
Fabio porque quiere tanto. 

Cuando en esta suspensión 
los dos se encuentran mirando 
a un tiempo bajan los ojos 
como que envidian de falso. 

Habló Filis y tuvieron 
alma de coral sus labios, 
que ver humilde al rendido 
hace piadoso al vengado. 

A Fabio culpa le pone 
que es error hacer, amando, 
con la lengua valentías, 
si el alma no tiene manos. 

Él responde y se disculpa, 
que viendo cerca los brazos, 
pide perdón ofendido 
quien ama desengañado.


Laméntase Manzanares de tener tan gran puente


HABLA EL RÍO 

¡Quítenme aquesta puente que me mata, 
señores regidores de la villa, 
miren que me ha quebrado una costilla, 
que aunque me viene grande me maltrata! 

De bola en bola tanto se dilata, 
que no la alcanza a ver mi verde orilla; 
mejor es que la lleven a Sevilla, 
si cabe en el camino de la Plata. 

Pereciendo de sed en el estío, 
es falsa la causal y el argumento 
de que en las tempestades tengo brío. 

Pues yo con la mitad estoy contento, 
tráiganle sus mercedes otro río 
que le sirva de huésped de aposento.


Sentimientos de ausencia, a imitación de Garcilaso


Señora mía, si de vos ausente 
en esta vida duro y no me muero, 
es porque como y duermo, y nada espero, 
ni pleiteante soy ni pretendiente. 

Esto se entiende en tanto que accidente 
no siento de la falta del dinero, 
que entonces se me acuerda lo que os quiero, 
y estoy perjudicial y impertinente. 

Sin ver las armas ni sulcar los mares, 
mis pensamientos a las musas fío; 
sus liras son mis cajas militares. 

Rico en invierno y pobre en el estío, 
parezco en mi fortuna a Manzanares, 
que con agua o sin ella siempre es río.


Soliloquio I


Dulce Jesús de mi vida, 
¡qué dije!, espera, no os vais: 
que no es bien que vos seáis 
de una vida tan perdida. 

Pero si no sois de mí, 
yo, mi Jesús, soy de vos, 
porque quiero hallar en Dios 
esto que sin Dios perdí. 

Mas ya vuelvo a suplicaros 
que de mi vida seáis: 
que si vos no me la dais, 
no tendré vida que daros. 

Deseo daros mi vida, 
y sin vos no es daros nada, 
porque con vos va ganada, 
cuanto sin vos va perdida. 

Muérome de puro amor 
por llamaros vida mía: 
que la que sin vos perdía, 
ya no la tengo, Señor. 

Pues vuestra piedad me adiestra 
como a oveja reducida, 
quiero llamaros mi vida, 
aunque he sido muerte vuestra. 

Vida mía, en este día 
me habréis de hacer un favor; 
¡oh, qué bien me va, Señor, 
con llamaros vida mía! 

Luego que vida os llamé, 
a pediros me atreví, 
porque el regalo sentí 
que en vuestro brazos hallé. 

Y es que jamás permitáis 
que otra vida sin vos tenga: 
que no es bien que a vivir venga 
vida donde vos no estáis. 

¡Ay Jesús! ¿Cómo viví 
sólo un momento sin vos? 
Porque si la vida es Dios, 
¿qué vida quedaba en mí? 

¡Qué cosas tuve por vida 
tan miserables y tristes! 
¿Es posible que pudistes 
sufrir cosa tan perdida? 

Pero sospecho, mi Dios, 
que fue permitirlo así, 
para que viesen en mí 
qué sufrimiento hay en vos. 

Pero no lo habéis perdido, 
¡oh soberana piedad!, 
pues conozco mi maldad 
por lo que me habéis sufrido. 

Porque sé de aquel vivir, 
como si Dios no tuviera: 
que quien menos que Dios fuera 
no me pudiera sufrir. 

¡Qué de veces os negué 
por confesar mi locura 
a la fingida hermosura, 
donde no hay verdad ni fe! 

Si la vuestra en la cruz viera, 
¡ay Dios y cuánto os amara! 
¡Qué de lágrimas llorara, 
qué de amores os dijera! 

No sé, mi bien, qué os tenéis, 
que todo me enamoráis, 
o es que, como abierto estáis, 
mostráis lo que me queréis. 

Amenazado de vos, 
parece que no os temí, 
y lleno de sangre sí; 
decid, ¿qué es esto, mi Dios? 

¡Oh qué divinos colores 
os hace esa sangre fría! 
¡Oh cómo estáis, vida mía, 
para deciros amores!


Temores en el favor


Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro, 
y la cándida víctima levanto, 
de mi atrevida indignidad me espanto 
y la piedad de vuestro pecho admiro. 

Tal vez el alma con temor retiro, 
tal vez la doy al amoroso llanto, 
que arrepentido de ofenderos tanto 
con ansias temo, y con dolor suspiro. 

Volved los ojos a mirarme humanos, 
que por las sendas de mi error siniestras 
me despeñaron pensamientos vanos; 

no sean tantas las miserias nuestras 
que a quien os tuvo en sus indignas manos 
vos le dejéis de las divinas vuestras.


Zagalejo de perlas


Zagalejo de perlas, 
hijo del Alba, 
¿dónde vais que bace frío 
tan de mañana? 


Como sois lucero 
del alma mía, 
al traer el día 
nacéis primero; 
pastor y cordero 
sin choza y lana, 
¿dónde vais que bace frío 
tan de mañana? 


Perlas en los ojos, 
risa en la boca, 
las almas provoca 
a placer y enojos; 
cabellitos rojos, 
boca de grana, 
¿dónde vais que bace frío 
tan de mañana? 


Que tenéis que hacer, 
pastorcito santo, 
madrugando tanto 
lo dais a entender; 
aunque vais a ver 
disfrazado el alma, 
¿dónde vais que bace frío 
tan de mañana?


Prosa

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Última actualización: 12/04/2002 

(C) 2002. Daniel Azkona Coya, feliz escudero en un mundo de aspirantes a rey